Sexta parte de Guardianes

De pronto una potente luz los iluminó. Un potente foco que lanzaba destellos sobre ellos.

-Yarea.

Era la voz de Pablo.

-No te preocupes. Todo ha terminado.

En un segundo habían cogido a Belial. Tumbándolo en el suelo y ella estaba entre los brazos de Pablo que la acariciaba con cariño el pelo.

-¿Estás sangrando?

-Estoy bien. -Murmuro ella.

Belial estaba quieto en el suelo. Sin levantar la cabeza. Dos guardianas le sujetaban  con fuerza.

-Él me ha salvado. –Continuó Yarea. –No es un peligro.

La miraron sin comprender.

-Podéis soltarle. –Gritó.

Aflojaron un poco y Belial los empujó y se levantó con un movimiento ágil y natural. Recordándole a un felino.

-Ni se te ocurra moverte.

Uno de ellos le clavó una estaca en la mano cuando el vampiro trató de acercarse a Yarea.

Yarea vio la sangre en la mano del joven al mismo tiempo que un dolor terrible le desgarró la suya. La levantó y miró como embobada la profunda herida que había aparecido en su mano.

Pablo también la vio.

-¿Qué ha pasado?

Ella lo miró sin comprender.

Belial se había arrancado la estaca y observaba sorprendido la herida de la chica.

-¿Qué has hecho? –Preguntó Pablo sin dejar de mirar la mano ensangrentada.

Uno de los guardianes fue a golpear a Belial pero Pablo levantó la mano para detenerle.

-¿Habéis intercambiado vuestras sangres?

Yarea clavó los ojos en Belial.

-¿Lo habéis hecho?- Repitió Pablo enfurecido.

Yarea asintió.

-No pensé…

-Ese es el problema –le interrumpió Pablo –que no piensas.

-Creí que sólo podían unirse los guardianes.

-Al parecer no. –Musitó Pablo.

Se volvió hacia Belial que no había dejado de mirar a Yarea.

-Vendrás con nosotros, el profesor sabrá que hacer.

-Tal vez en otra ocasión.

Antes de terminar la frase ya había desaparecido en la oscuridad. El foco dio un rápido giro pero sólo encontró una calle desierta y sombras perdidas que arañaban la noche.

Su padre la miraba. Quieto en mitad del salón. Quizás la expresión aparentemente serena fue lo que más la asustó.

-Nuestra prioridad ahora –dijo –es encontrar al vampiro y procurar mantenerlo a salvo.

Pablo lanzó algo parecido a un gruñido y miró a Yarea con expresión enfurecida.

-Supongo –dijo desviando la mirada hacia su profesor –que esto ya habrá ocurrido alguna otra vez.

-No que yo sepa.

Pablo bufó de nuevo. Seguramente preguntándose cómo era posible que no hubiera habido otra persona tan inconsciente como la que tenía delante.

-¿Habrá una forma de romperlo? –Fue más una esperanza que una pregunta y el profesor no estaba seguro de que requiriera una respuesta.

Yarea  se sentía muy cansada. Las palabras flotaban a su alrededor casi sin sentido y las sentía lejanas y poco importantes. Los párpados le pesaban y casi no podía mantenerlos abiertos.

-¿Cuánto hace que no duermes?

Abrió los ojos y miró a su padre.

-Desde el avión.

Suspiró.

-Deberías descansar

Se levantó y avanzó como un autómata hacia su habitación.

La encontró triste y vacía. Sin nada que la identificara como suya. Se sentó en la cama y empezó a quitarse la ropa despacio.

Las paredes blancas reflejaban la luz del sol que se escondía entre las mantas pálidas y descoloridas. No había fotos ni recuerdos. Sonrió al pensar en sus peluches esparcidos por su habitación de New York  y del corcho llenó de fotos de sus amigos.

Todo eso le parecía tan lejano como si perteneciera a la vida de otra persona. Se tumbó y se tapó hasta la barbilla. Sintió una lágrima cálida y solitaria resbalar por la mejilla. Dejó que empapara la sábana y se quedó dormida.

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