El suelo estaba cubierto de sangre. Se agachó y vio que en las muñecas tenía unas heridas profundas por las que escapaba un reguero continuo del líquido rojo.
Belial abrió los ojos.
Yarea se incorporó y se alejó hacia la puerta.
Los ojos del chico la siguieron. No hizo amago de incorporarse. La miró en silencio. La luz de la luna se perdió un segundo en ellos y realzó el profundo azul de su iris.
-Belial. –Musitó Yarea y volvió a agacharse a su lado con los ojos de pronto cubiertos de lágrimas.
-No te acerques. –La voz del joven apagada y grave escapó de sus labios como un gemido. Sin fuerza como si le doliera cada palabra.
Yarea entornó los ojos confundida.
–Quiero ayudarte. –Murmuró bajando la cabeza hacia el rostro de él.
-Tengo mucha hambre. –Susurró él. –Puedo hacerte daño.
Ella sabía de lo que estaba hablando y, sin embargo, no le tenía miedo.
-No creo que lo hagas.
Un grito enfurecido sonó a su espalda.
-¿Qué estás haciendo?
Unas manos la sujetaron con fuerza y la obligaron a repararse de él.
-Aléjate de él.
El chico que la sujetaba la sacó de la celda y cerró la puerta.
-¿En qué estabas pensando?- Continuó.
-¿Por qué lo estáis torturando? – Chilló Yarea soltándose del chico.
Él caminó hacia la escalera. Al ver que no la seguía se volvió enfadado.
-Vamos.
-¿Por qué lo estáis desangrando?
-Así colaboran mejor, el hambre es un buen aliciente. –Sonrió complacido. –Nos dirá lo que sea por un poco de sangre.
Yarea subió las escaleras deprisa, sin volver la vista atrás. Escuchaba los pasos del guardián tras ella pero se resistía a mirarlo. Las lágrimas pugnaban por salir quemándole en los ojos.
Quería gritar, golpearle en la cabeza y borrarle esa sonrisa auto suficiente. Los ojos heridos de Belial la perseguían y en su vientre crecía un dolor rabioso y frío que la ahogaba como si la hubieran robado el aire.
Se encerró en su habitación y trató de pensar.
Tomó el aire despacio, el corazón le martilleaba en el pecho con fuerza. La sangre escapando lenta de las heridas en las manos de Belial llenaba su mente. Cerró los ojos y las imágenes volvieron de nuevo como escenas de una película de terror.
No podía dejarlo allí.
Abrió la puerta y espío el exterior. No vio a nadie. Salió despacio y regresó hasta las escaleras.
Si se paraba a pensarlo regresaría a su cuarto y se encerraría a llorar pero no podía hacer eso y en el fondo lo sabía. Así que avanzó decidida y abrió la puerta de la celda.
Belial se incorporó un poco y sonrió.
La luz del amanecer se colaba tenue por la ventana. Bajo el reflejo rojiza del sol que nacía. Yarea vio la sangre que mojaba su pelo con total claridad. Él dejó caer la cabeza y cerró los ojos.
-Eres valiente pero no sé si podré contenerme.
-He venido a ayudarte.
Abrió un poco los ojos y la miró.
-¿Eres una guardiana?
-Creo que sí. Una sonrisa débil tiró suavemente de su labio superior.
-¿Y has venido a ayudarme?
Ella asintió.
-No tengo fuerzas para moverme y aunque las tuviera –levantó un poco las manos, las argollas tintinearon al rozar el suelo y las heridas se abrieron un poco más. – no creo que podría soltarme, deben de haberlas hecho con un metal especial.
-Necesitas sangre.
Belial no contestó, no estaba seguro de que hubiera sido una pregunta pero en cualquier caso la respuesta era demasiado evidente.
Yarea se arrodilló a su lado. Belial pudo oler su piel, dulce y cálida, el sonido del corazón, rápido y regular y sintió la sangre deslizarse por sus venas, recorriendo su cuerpo. Apartó la mirada y gimió.
-¿Puedes beber de mí –tartamudeó y trago saliva, si no estuviera en el suelo se hubiera caído, temblaba tanto que, por un instante, pensó que la habitación se movía como en un terremoto – sin matarme?
Belial seguía tumbado con los ojos casi cerrados.
-En un estado normal, sin haber perdido tanta sangre, no tendría problemas, -la miró fijamente, -ahora no estoy tan seguro.
Yarea no podía dejar de temblar y, sin embargo, nunca había estado tan segura de algo. No iba a dejar morir a ese chico.
Contempló como hipnotizada sus profundos ojos azules, las líneas fuertes de su mandíbula, los pómulos y sintió que el corazón se aceleraba aún más.
-Confío en ti. –Murmuró.
-No deberías.
Yarea agachó la cabeza y su cuello quedó a escasos centímetros de los labios de Belial.
Los ojos del vampiro se oscurecieron hasta que las pupilas parecieron llenarlos por entero, unas arrugas finas crecieron alrededor de ellos y Yarea pudo percibir los colmillos blancos y afilados sobresalir un poco entre sus labios.
Se acercó aún más y su piel rozó su boca.
Belial gimió, un gemido grave y herido que le recordó a un tigre que se enfrenta a la muerte. Sabedor de que es su último intento por sobrevivir pero seguro de que no lo lograra.
Un dolor agudo acarició su cuello. Un pinchazo profundo. Sintió los colmillos de Belial rasgar la fina piel y penetrar firmes en su vena. Sintió calor, un tembloroso cosquilleo que se precipitó por todo su cuerpo. Cerró los ojos y suspiró. Se dejó caer junto al chico, dulcemente mareada sin importarle nada de lo que le rodeaba, débil y perdida.
-Yarea.
La voz de Belial le pareció más segura.
Abrió los ojos. Estaba tumbada a su lado. Fue levemente consciente de que estaba mojada, tenía frio y la luz del sol ya penetraba en la celda con fuerza.
-¿Estás bien?
Parecía preocupado.
Yarea se incorporó y lo miró.
-Estoy bien.
El suspiró aliviado.
-¿Tú te encuentras mejor?
El asintió con una sonrisa.
Yarea contempló sus manos libres de los hierros que las sujetaban. Las heridas empezaban a sanar. Apenas unas líneas finas marcaban sus muñecas, la sangre seca las cubría tiñéndolas de rojo.
-¿Creí que no podías soltarte?
-Tu sangre es más fuerte de lo que pensaba.
-Me alegro. –Frunció un poco el ceño. –Creo.
Belial parecía divertido. Le tendió la mano y la ayudó a incorporarse.
-Salgamos de aquí.