Octava parte de Guardianes

Yarea se despertó con un rayo de sol jugueteando en sus párpados entreabiertos. El frío de la noche acunaba todavía el aire de la habitación y el débil calor del sol de la mañana no lograba vencerlo.

El calor agradable de otro cuerpo la acompañaba.

Casi sin darse cuenta se abrazó un poco más a él y apoyó la cabeza sobre su pecho. De pronto fue consciente de dónde estaba y con quién.

Abrió los ojos y se apartó.

Belial dormía.

Contempló tranquila su perfil anguloso y perfecto. Dormido parecía más joven y vulnerable. No pudo evitar sonreír y por primera vez desde que abandonó su casa no se sintió sola.

Se levantó y abandonó la habitación.

Llevaba un pijama no demasiado feo y un grueso jersey de lana. Supuso que sería una ropa adecuada para buscar algo de desayunar. Tenía hambre. Debía haber dormido muchas horas.

Escuchó música en el salón.

Era una melodía clásica que le resultaba familiar. Lenta y cálida se escapaba por la puerta entreabierta invitándola a entrar.

Su padre estaba sentado en el sofá con los ojos cerrados.

Al escucharla entrar los abrió y se volvió.

-¿Has dormido bien?

Ella asintió.

Un movimiento tras ella la obligó a volverse. Pablo la observaba desde la ventana.

-Buenos días. –Saludó ella con una tímida sonrisa.

-Supongo.

Al parecer seguía de mal humor.

Su padre no pude evitar que una sonrisa se escapara de sus labios.

-Veo que seguís enfadados.

Yarea negó con la cabeza y Pablo resopló y mascullo algo sobre los vampiros.

-Es hora –continuó el hombre –de dejarnos los reproches y buscar soluciones.

-Nuestra prioridad ahora –interrumpió Pablo –es buscar al vampiro.

-No creo que sea necesario. –Murmuró Yarea.

Pablo fue a contestar pero se quedó callado.

Belial se había materializado junto a la chica. Su capacidad para moverse rápido y en silencio seguía dejando a los humanos sin palabras.

Pablo cruzó los brazos y lo miró con cara de pocos amigos.

El vampiro ladeó la cabeza y una sonrisa felina iluminó su rostro. Miraba fijamente al padre de Yarea sin prestar atención a Pablo.

El matrimonio de profesores acababa de llegar. Se quedaron en la puerta. Belial no se volvió ni apartó la vista de los ojos del hombre que saludó con un gesto a los otros profesores.

-El profesor Antonio Hernández y su mujer Marina.

Belial siguió sin prestarles atención.

-No recuerdo tu nombre. –Murmuró.

-Diego Gálvez.

Marina avanzó con pasó decidido y contempló al vampiro con el ceño fruncido.

-Supongo que éste es el vampiro.

Diego asintió.

-Deberíamos tenerlo bajo custodia.

Yarea se acercó un poco más a Belial.

-No creo que sea necesario, él ha venido libremente…

Pablo suspiró.

Belial giró despacio la cabeza y sus ojos se encontraron con los del guardián. Ambos se observaron durante unos segundos.

Diego permanecía en silencio.

-¿Vamos a dejarle pasearse libremente por el instituto? –Preguntó Marina.

Antonio se aproximó a su mujer y se dirigió a Diego.

-Las normas no permiten la entrada de vampiros.

-Es una situación especial. –Le interrumpió Diego.

-No es mi intención molestar, -Belial tenía una voz grave y seductora y había utilizado un tono más bajo de lo normal para hacerla aún más sensual. –pero no pienso permitirles que me encierren.

Mantuvo los ojos fijos en Pablo.

-¿Quién de ustedes piensa hacerlo?

-Ya lo hicimos una vez. –Rugido el joven.

-Creo que las cosas han cambiado.

Yarea había mantenido el aire retenido en los pulmones. Dio un paso al frente y los soltó de golpe.

-Basta ya.

Todos la miraron.

-No vamos a encerrarle, yo me hago responsable de él.

Belial esbozó una sonrisa.

-Él Tiene razón. No podéis cogerle sin hacerle daño y…

Miró a su padre que asintió sin poder evitar una sonrisa cansada.

-Tratemos de llevarnos bien, -suplicó –por favor.

-Esto es inadmisible. -Murmuró Marina mientras abandonaba el salón junto su esposo.

Pablo resopló pero no dijo nada.

Yarea observó a su vampiro.

-Me muero de hambre. –Caminó hacia la puerta. –Podéis quedaros discutiendo el tiempo que queráis.

Belial la siguió sin mirar atrás.

– Tendremos que estudiar también el problema del hambre. –Susurró.

-Belial, por favor, deja el tema.

Él sonrió y caminó a su lado hasta el comedor.

El silencio se podía cortar. Todos los rostros se volvieron hacia ellos. Ojos abiertos, gestos de desagrado y alguna exclamación.

Yarea avanzó hasta su mesa y se sentó. Belial la imitó.

Pablo no había llegado. Los otros guardianes los observaron sin saber que decir. Yarea se sirvió un café y bebió a sorbos pequeños con los ojos fijos en la taza.

Belial parecía tranquilo, ligeramente recostado en su silla y con expresión aburrida no parecía importarle demasiado la opinión de los demás.

Cuando Pablo entró en el comedor algunos rostros se levantaron esperando su reacción. Pablo se sentó junto a Yarea y la sonrió.

Este simple gesto cambió la actitud del resto. Las conversaciones se reanudaron y en un segundo el ambiente se relajó.

-Deberías comer una magdalena. –Dijo el guardián sin borrar la sonrisa.

Yarea cogió la magdalena que le ofrecía y se la llevó a la boca. Esbozó una sonrisa agradecida y la mordisqueó.

-Gracias.

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