Guardianes

El aeropuerto estaba casi vacío. El eco de los pasos de los viajeros resonaba hueco en los enormes corredores. El caminaba despacio. Sin equipaje, sin mirar  los rostros de las personas con la que se cruzaba.

Una azafata se volvió sorprendida al pasar a su lado y lo miró con admiración.

Estaba acostumbrado a provocar esa reacción en las mujeres, así que no la prestó atención. 

-El vuelo con destino a Alicante va a efectuar su salida.

Se dirigió a su puerta de embarque.

Se sentó en su asiento y espero paciente a que el avión despegara.

Abandonaba su país, su hermano y todo lo que había significado algo para él. No le importaba. Hacía mucho que había dejado de sentir. Era más fácil vivir sólo, sin ataduras. Libre.

Alguien se sentó a su lado.  Se volvió y una sonrisa deslumbrante acarició sus pupilas.

Una joven se afanaba por dejar una bolsa sobre el asiento sin soltar el abrigo y procurando no molestar al resto de los pasajeros que pasaban a su lado.

Tenía el pelo largo, hasta la cintura, ondulado, procurando caer sobre sus ojos de un dulce castaño oscuro como la miel caliente, encendidos y vivos.

Fijó su mirada en el joven y sus labios, gruesos y bellos, le sonrieron también.

El se levantó. Se colocó tras ella y tomó su bolsa, colocándola con cuidado en su sitio.

-Gracias. – Musitó ella, sintió arder sus mejillas, el roce cálido del cuerpo del joven la había hecho vibrar. Era tan apuesto. Moreno, con unos preciosos ojos azules que la miraban curiosos.

Se sentaron y ella extendió la mano.

-Yarea. –Dijo.

El la observó divertido.

-Belial.

Yarea observó su mano perdida en la de él y el aire tembló en su garganta. Sonrió como una tonta sin saber que decir.

El avión empezó a moverse y la voz del capitán retumbó por la cabina. Yarea suspiró y sintió el conocido nerviosismo que precedía al despegue. Belial parecía tranquilo. Le guiñó el ojo y a ella le pareció irresistible.

-No me da miedo volar. –Susurró Yarea.

-Claro que no.

Belial sonreía.

Yarea observó de reojo a su compañero de vuelo. Miraba la ventana sin demasiado interés. Le pareció curioso qué pudiera estar tanto tiempo quieto, sin apenas pestañear.

Se volvió y de nuevo esa sonrisa divertida la hizo temblar.

-¿Eres de España?

Estaba concentrada en sus labios y tardó demasiado en contestar. El parecía ligeramente sorprendido por su silencio.

-Yo. –Tartamudeó ella. –Sí, bueno mi padre es español, mi madre es americana pero por –lo miro y encontró sus ojos atentos fijos en ella –alguna extraña razón quiere que vaya a vivir con él.

-No pareces muy feliz.

-Casi no lo conozco. –Reconoció y un atisbo de tristeza empañó sus ojos.

-España parece un lugar estupendo.

-Supongo que sí. –No podía dejar de mirarle. -¿Y a ti qué te lleva a España?

Se encogió de hombros con un  gesto distraído.

-Necesito cambiar de aires. –Volvió a sonreír. –Vivir aventuras.

-Suena de maravilla.

La noche en el aire resulta una experiencia desconcertante. Las luces de guía refulgen como espectros en cada esquina, dibujando caminos amarillentos al ras del suelo y trepando por las paredes.

yarea había tratado de dormirse, de leer,.. Pero se sentía mareada y en tensión, con el calor antinatural del aire acondicionado ardiendo en su garganta.

Belial seguía ajeno al mundo  pero había algo en el modo en que fijaba la mirada en el cristal que impedía a Yarea molestarle. Le vigilaba curiosa desde su asiento.

Él se giró y la miró.

-¿No puedes dormir?

Ella negó agradecida de que le diera conversación.

Y de pronto estaba hablando, explicando a aquel desconocido todos sus miedos, el profundo vacío que había dejado en su corazón el tener que abandonar su casa, a su madre, todo lo que tenía importancia para ella.

-Ella decía que ya no estaba segura. –Explicó acercándose al joven. Olía espectacularmente bien, una mezcla suave de especies y agua de mar que le daba la sensación de estar a salvo, en un lugar conocido. -¿Segura?

Cerró los ojos y suspiró.

-Estos últimos días hablaba de una conspiración.

Belial parecía interesado y no daba muestras de estar tomándola por una loca, a pesar de que sus palabras empezaban a dar esa impresión.

-Decía que yo era importante y que mi padre sabría qué hacer.

Se cayó y observó sus preciosos ojos azules que acariciados por las luces del avión parecían brillar.

-Supongo que todas las madres creen que sus hijos son importantes. –Dijo El.

Yarea negó con la cabeza sin apartar la mirada.

-Daba la impresión de que hablaba de algo…-Buscó la palabra y dudó antes de pronunciarla –Sobrenatural.

Belial entornó los ojos pero no se rio. Yarea esperaba un gesto divertido, una palabra irónica o incluso que terminara la conversación.

Belial parecía realmente interesado. Así que continuó.

-Últimamente mi vida está resultando una locura.- Suspiró. –Por decirlo de algún modo.

-Todos pasamos por momentos difíciles.

Su voz sonó triste. Había vuelto la mirada a la ventana y el reflejo de la luz había desaparecido dejando sus ojos oscuros, de un azul peligroso. Le recordó esos días en que observaba el mar de noche. Esa masa casi negra que parecía absorber la luz de la luna y se mecía lentamente acunada por el ir y venir de las olas. Ese mar que la atraía y asustaba de igual modo y al que no podía dejar de mirar.

Se recostó un poco y cerró los ojos.  Sin darse cuenta, mecida por el recuerdo del susurró del mar, se quedó dormida.

-Vamos a aterrizar.

La voz suave y seductora sonó a escasos centímetros de su pelo. Sintió su respiración muy cerca y una corriente eléctrica recorrió su espalda haciéndole difícil recordar dónde estaba.

Recostada en el hombro de un apuesto desconocido.

Yarea se incorporó nerviosa.

-Lo siento. –Murmuró. –Me he dormido un momento.

Él sonrió, con esa sonrisa a medias entre la arrogancia y la ternura, apenas un movimiento suave de su labio inferior que con el brillo travieso de sus ojos le recordaba a un chico malo con una idea demasiado peligrosa.

Ella tragó saliva y tomó una bocanada de aire.

Se había olvidado de respirar y no dejaba de mirar embobada aquel rostro de ensueño.

-Yo diría que ha sido más que un momento. –Consultó el reloj sin dejar de sonreír. –Seis horas exactamente.

Miró su hombro avergonzada. El ensanchó su sonrisa.

-Las seis horas más agradables de mi vida. –Dijo y el avión empezó a descender y el sonido de las turbinas acalló, gracias a Dios, la conversación.

Yarea se incorporó a la larga cola de personas que esperaban su equipaje. Belial había desaparecido. Debía reconocer que se había sorprendido varias veces buscándole entre la gente. Sin éxito.

Una vez rescatada su maleta y con la extraña sensación de que caminaba dentro de una piscina donde cada paso parecía eterno y con el aire pasando con dificultad a sus pulmones salió por la puerta y encontró un cartel donde leía su nombre con letras grandes y claras.

Caminó hacia allí. Tras el cartel había un chico que debía tener su edad, con el pelo rubio alborotado y los ojos azules.

La sonrió y dejó caer el cartel a un lado para darle la mano.

-Supongo que eres Yarea.

Ella asintió.

-Yo soy Pablo.

De pronto se sentía muy cansada. Dejó que él la guiara hacia la salida.

-¿Y mi padre? –Le preguntó.

-No ha podido venir.

Se sintió decepcionada y él debió darse cuenta porque enseguida continuó.

-Estaba muy ocupado.

Yarea puso los ojos en blanco y no dijo nada.

Demasiado ocupado para ir a recoger a su hija, a la que no veía desde que era un bebé.

Un golpe seco retumbó a su lado como si algo se hubiera precipitado del techo y hubiera aterrizado a escasos metros de ella.

A penas le dio tiempo a girar la cabeza cuando los brazos de Pablo la rodearon y la empujaron a un lado.

Entonces todo sucedió deprisa. Un joven pálido con el pelo corto y encrespado trató de cogerla. Pablo le golpeó en el pecho con algo y el chico retrocedió.

Ella había salido despedida contra la pared y decidió quedarse quieta. Una sombra se acercaba desde el otro lado a gran velocidad pero otros jóvenes que parecían conocer a Pablo la rodearon impidiendo que el desconocido se acercara.

Pablo giró con rapidez y la tomó de la mano.

-Corre. –Gritó, ellos se encargarán de todo.

Sin soltarla corrimos hacia la calle.

Volvió un instante la cabeza y vio que la pelea parecía estar terminando y los dos atacantes huían.

Pablo la empujó contrala pared y la indicó con un gesto que permaneciera quieta y callada.

Sacó el móvil y marcó un número.

-Estoy viendo a otro en la puerta principal.

Entonces vio a Belial apoyado en una pared, consultaba un papel con aire tranquilo. No parecía una amenaza. Sin embargo Pablo lo observaba como si fuera el mismo demonio.

Dos chicos vestidos de negro se acercaron a Belial por detrás. Uno de ellos tenía algo parecido a una jeringuilla en una mano.

Se le acercaron y con un movimiento rápido y preciso le clavaron la aguja. Belial abrió los ojos sorprendido y se revolvió. Sus ojos se encendieron furiosos. Parecía dispuesto a atacar pero algo le detuvo. Suspiró y sus ojos se nublaron. Cayó de rodillas y uno de los chicos le sujetó por las muñecas.

Pablo volvió a tomarme de la mano y  musitó.

-Ya está.

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