Se levantó y pasó a su lado rozándole ligeramente la mano.
-De acuerdo. –Musitó.
Y abandonó la habitación dejándola vacía y triste.
Por un segundo Yarea lamentó haberle pedido que se fuera.
El pasillo estaba desierto. El murmullo de algunas voces le llegó desde la habitación que supuso era el aula.
Entró con el aire retenido en los pulmones, con el recuerdo lejano del primer día de colegio. Los rostros se volvieron hacia ella. Los sintió fríos y poco cordiales. Alguno parecía esperar algo y ella pudo percibir su miedo. Volvió la cabeza y estudió la puerta que volvía a cerrarse.
Esperaban a Belial, pero no estaba allí. Sin querer una sonrisa minúscula se dibujó en su rostro.
Pablo levantó la mano y le señaló un sitio a su lado. Yarea se sentó con un gesto agradecido.
-¿Y tú vampiro? –Susurró él.
Yarea se encogió de hombros.
-Creía que lo controlabas.
-No es un perrito. –Murmuró ella malhumorada. –No es que pueda amaestrarlo o algo así.
Pablo suspiró y volvió su atención hacia el profesor no sin antes refunfuñar algo relativo a los perros.
-Supongo que si fuera un perro sería más fácil confiar en él.
La clase versaba sobre los hombres lobos.
Algunos alumnos tomaban notas, otros, como Pablo, asentía de vez en cuando como si corroborasen las palabras del profesor.
Para Yarea todo era nuevo y en cierto modo se descubrió tranquila como si estuviera escuchando la lección en su colegio. Pero esta vez no se trataba del resumen de un libro fantástico escrito por algún autor en el pasado. Era real. Eran sus enemigos.
-No debemos verlos como enemigos. –Rectificó el profesor como si hubiera leído sus pensamientos. –Nosotros somos Guardianes, hacemos que se cumpla la ley. Si la manada actúa correctamente será respetada.
Una mano se alzó.
-¿Y si un miembro altera el orden?
-En principió –respondió el hombre –la propia manada solucionará el conflicto, con nuestra ayuda si es necesario. Si no lo hacen intervendremos nosotros.
-¿Qué hay de los vampiros que se están organizando en nuestra contra? –Preguntó la joven pelirroja que se sentaba en la mesa de Pablo.
-En este caso intervenir se hace indispensable.
Yarea estaba organizando la información, los hombres lobos pueden transformarse a su antojo, aunque en luna llena están más… La palabra que había utilizado el profesor era activos.
-¿El vampiro que hemos capturado –Yarea escuchó con atención. Varios rostros se habían vuelto hacia ella. –sabe algo de la rebelión?
-No podemos estar seguros.
-Capturado. –Refunfuñó alguien de la primera fila. –Si estuviera “capturado” no se pasearía libremente por el instituto.
Antonio hizo un gesto cansado con la mano tratando de quitarle importancia al asunto.
-Diego sabe lo que hace. –Dijo zanjando el tema.
Yarea suspiró y rezó en silencio porque así fuera.
Salieron en estampido cuando el profesor pronunció la esperada frase.
-Hemos terminado.
Yarea se quedó la última y contempló a Pablo que la esperaba en la puerta.
Salieron juntos y caminaron por el pasillo hacia el gimnasio.
-Empezaremos tu entrenamiento. –Dijo Pablo con un gesto solemne, abriéndole la puerta y dejándola entrar a ella primero.
Yarea contempló de nuevo el gimnasio, a la luz del sol se veía alegre y luminoso. Variaos parejas saltaban y se lanzaban patadas y puñetazos. Agiles y rápidas no parecían hacerse daño pero ella sintió un escalofrío al imaginarse a Pablo atacándola de aquel modo.
-Empezaremos por algo sencillo. –Dijo él sujetándola de los hombros –Escapar.
Eso sonaba bastante sensato.
Mientras sus manos la inmovilizaban Pablo acercó su cuerpo al de ella. Yarea podía sentir los abdominales duros del muchacho presionando su cuerpo. Los ojos del guardián la observaron fijamente.
-Echa el cuerpo hacia atrás. –Murmuró. –Como si cedieras y no fueras a defenderte.
Yarea sintió la presencia de la pared tras ella.
-Tienes que ser rápida. –Continuó. –No puedes dejar que te atrape.
Dejó de hacer fuerza.
–Sólo un segundo, ahora agáchate e inclínate hacia delante.
Ella lo hizo.
-Él no esperará que hagas eso, dudará y tú podrás lanzarle una patada y escapar.
Yarea se removió y perdió el equilibrio. Ambos cayeron al suelo.
Pablo se incorporó con un salto rápido y le tendió la mano.
-Poco a poco.
Diego entro y los buscó.
Sonrió al verlos y avanzó hacia ellos. Dudó y su vista recorrió el gimnasio.
-¿Y el vampiro?
Pablo levantó las cejas y volvió la mirada hacia Yarea.
-No es un perrito. –Murmuró el joven.
Diego lo miró sorprendido.
Pablo esbozó algo parecido a una sonrisa y salió del gimnasio despacio.
Diego fijó los ojos en su hija.
-¿Y bien?
-No lo sé.
-Creí que podías controlarlo
-Y dale con controlarlo. –Refunfuñó.
-Dijiste que te hacías responsable.
Ella asintió.
-Lo sé.
A la hora de la cena no había vuelto. Yarea empezaba a sentirse nerviosa. No comió nada. Se limitó a mover la comida de un lado a otro sin apartar la vista de la puerta.
Los demás charlaban animadamente. Pablo la observaba de vez en cuando y trataba de animarla a entrar en la conversación.
-¿Has visto la película?
Ella lo miró con cara despistada. La verdad es que no sabía de qué estaban hablando.
-La de Crepúsculo. –Aclaro su amigo.
-Claro. –Respondió ella.
-Son unos vampiros tan entrañables. –Continuó la pelirroja que acababa de descubrir se llamaba Olaia.
Yarea asintió.
Su mente regresó a Belial, a sus ojos azules, a veces dulces, otras peligrosos, dudaba que el calificativo entrañable le encajara bien a su vampiro.
En aquellos momentos, en los que no sabía si iba a volver, traidor le pegaba más.
Se levantó de la mesa, esperó a que al menos uno lo hiciera. Ser la primera que abandonaba el lugar le resultaba imposible. La segunda le pareció mejor.
Caminó hasta su habitación deprisa. Estaba tan nerviosa que le dolía el estómago y se sentía algo mareada.
El dormitorio estaba en penumbras. La luz de la luna entraba por ventana. Corrió las cortinas. Luna llena. Enorme y plateada resbalando por el manto azul oscuro del Mar Menor.
Encendió la luz.
Sobre la mesita de noche había una figurita de color pastel. Un gato con los ojos brillantes y una dulce expresión juguetona, entre las patas tenía un ovillo de lana y parecía jugar con él.
Lo observó con una sonrisa.
Se puso el pijama y se tumbó en la cama, tapada otra vez hasta las orejas. Cogió el gatito y lo sujetó entre las manos mientras se dormía.
Aún era de noche cuando se despertó.
Sentía la cálida caricia de un cuerpo junto al suyo. Abrió los ojos sabiendo lo que encontraría.
Sonrió.
Belial dormía con el rostro vuelto hacia ella. Las pestañas dibujaban sombras sobre sus párpados. Rozadas apenas por la luz de la luna la forma de su mandíbula y la línea regular que surcaba su frente se dibujan suaves y perfectas.
Parecía tan joven y… humano.
Yarea levantó la mano y rozó despacio su mejilla.
Belial abrió los ojos.
-¿Qué hay compañera? –Preguntó sin moverse apenas.
-Estaba preocupada.
Él sonrió. Con los ojos ligeramente cerrados y una sonrisa pícara y seductora que la hizo estremecer.
-Sé cuidarme solito.
-Lo sé pero recuerda que ahora debemos cuidarnos el uno al otro.
Volvió a sonreír.
-Siempre pensé que eso de cuidar de otra persona no iba conmigo.
-Supongo que las cosas han cambiado.
-Supongo.